Por Osvaldo Bayer, publicado en Página12
Juan ha recibido el premio que se merecÃa. La alegrÃa de ver su nombre en las tapas. El premio a las letras que forman las palabras. A las palabras que envuelven los sueños. Juan, el poeta de las calles, de los barrios, de las plazas. Del dar la mano. Juan tiene mano de orfebre, de sembrador, la mano que acaricia la vida, pero que se vuelve puño en los tiempos humillados.
Me acuerdo de cuando lo conocÃ. Por los años cincuenta. Unas reuniones de poetas, escritores con esperanzas más que jóvenes. Optimistas de pura sangre. Revistas literarias, que no se dan nunca por vencidas. Aparecen, reaparecen, se pierden, surgen, siempre nuevas. Ya era poeta, Juan. Nosotros éramos literatos, periodistas, ensayistas, novelistas, cuentistas. El era poeta. En los años sesenta los sorprendà caminando adelante, a unos veinte metros de mÃ, a él y a Raúl. Claro, Raúl González Tuñón. Quién otro. Estoy seguro de que iban recitando “La costurerita que dio aquel mal pasoâ€. Evaristo Carriego. El poeta que debe haberlos despertado del sueño a los dos.
Juan, después, los sesenta. No sólo siguió escribiendo poesÃa todos los dÃas. Sino que también se metió con todo en la lucha contra una sociedad que creaba villas miseria en las pampas más ubérrimas de la Tierra. La lucha, sus búsquedas. Sus libros siempre presentes, uno tras otro. Cada vez más comprometido. Dando la frente a los uniformes de turno. Pero Juan se daba tiempo también para remar en el cielo buscando estrellas y amaneceres, ninfas y silencios.
Juan ahÃ, tomando la revolución por la puerta delantera, sin interpretaciones academicistas. Pero siempre poeta. Con sus ojos más allá.
Pero la Muerte, de pronto. La Muerte de uniforme. Generales, almirantes, brigadieres, comandantes, comisarios generales, secretarios privados. Y los civiles marianizados de siempre con sus sonrisas genuflexas. Y Juan siguió en las trincheras de la vanguardia.
Hasta que vino la derrota. El dolor profundo. Me escribiste a BerlÃn, Juan, desde Roma, el 27 de mayo de 1979. No te dabas por vencido. Me comunicaste que seguÃas trabajando “en un proyecto polÃtico que tiende a crear una sÃntesis a partir de la derrota, un proyecto que, antes o después, me regresará al paÃsâ€. Y buscabas la razón de tu tristeza y me decÃas: “La pelea por conseguir una polÃtica más sensata, la pérdida de tantos compañeros, el secuestro de mi hijo, de su compañera, del nieto por nacer, me distrajeron de mi condición de desterrado, me hicieron rotar por un limbo extraño, contradictorio, fantasmal y, muchas veces, alucinadoâ€. Y agregabas algo para emocionarse en esos años de tantas luchas: “En poco más de un año escribà cinco libros de poemas con un par de obsesiones recurrentes. Una, el amor, una mujer amada; otra, la derrota, la muerte de los compañeros, mi hijo. Supongo que todo eso me distrajo también de mi condición de desterrado. Sólo ahora la empecé a admitir. Lo que escuché durante esa semana me llevó a reflexionar y escribir, que es mi manera de reflexionar sobre el exilio, nuestro exilioâ€.
Te contesté de inmediato desde BerlÃn, donde vivÃa yo el injusto destierro, asÃ: “Querido Juan: no puedo decir alegrÃa, más bien algo asà como un agradecido deseo nostálgico de recordar, de recordar tu rostro de antes y de imaginarme el de ahora, con la belleza que da el sufrimiento a los nobles; eso es lo que sentà al recibir tu carta. He seguido tu lucha. Te he comprendido en todos tus pasos. Yo no puedo ser juez de un hombre de lucha, de un hombre de la permanente vanguardia, de un hombre que es la negación del oportunismo y el ejemplo puro del buscador nunca resignado. Juan: te he seguido más que en todo eso, en tu poesÃa. Las hemos leÃdo mil y una vez en las reuniones de solidaridad aquà en Europa. La última, en BerlÃn, el público escuchó tus versos –magnÃficamente leÃdos por dos actores alemanes– como quien se halla en un oficio divino. Por eso, Juan, ves que todo está allÃ, en tu obra, para siempre. No la podrán ni destruir ni matar ni secuestrar ni torturar ni encarcelar. Está y estará allÃ, permanente. Ese convencimiento tiene que ser tu reposo, tu tranquilidad. Porque la lucha pasada, presente y futura, está en tu poesÃa. Que el reposo no te remuerda pensando en que la mejor poesÃa tiene que ser la acción. Porque por sobre tu ejemplar vida de luchador resplandece la poesÃa. Descansa ahora de la acción, no como resignación, sino como paso al vuelco total hacia la poesÃa. Las próximas generaciones esperan: van a querer saber de la poesÃa de la resistencia. Y tienes que estar vos, ya con la cabeza allÃ, en eso, fuerte, más fuerte que nunca acerado por los seres queridos que ellos hicieron desaparecer, por sus voces que escucharás todos los dÃas, por los compañeros perdidos ya más allá del lÃmite del horizonte. Ahora, Juan, la concentración de las fuerzas en la creación, que para ti es perennemente poesÃa. El limbo fantasmal y alucinado tiene que dar paso ya a la sonrisa segura, generosa, del triunfo del poeta sobre los enemigos del canto del gallo, sobre los enemigos del solâ€.
Ahà mismo le propuse escribir un libro que se llamara “Exilioâ€. Juan aceptó de inmediato.
Cuando leà hace unos dÃas que Juan habÃa obtenido una distinción asÃ, volvà a repetir lo que siempre me llena de satisfacción: el triunfo final de la ética. Alguien tan perseguido como Juan, con el eterno dolor de haber perdido a su hijo y a su nuera embarazada por obra de la bestial represión militar, era reconocido ahora como un poeta fundamental del presente. En cambio, los que lo persiguieron ya están malditos por todas las generaciones. Quisieron matar la poesÃa y surgió la pluma que derrotó todas las armas, todos los instrumentos de tortura, la desaparición.
Asà dice Juan en Exilio: “No era perfecto mi paÃs antes del golpe militar. Pero era mi estar, las veces que temblé ante los muros del amor, las veces que fui niño, perro, hombre, las veces que quise, me quisieron. Ningún general le va a sacar nada de eso al paÃs, a la tierrita que regué con amor, poco o mucho, tierra que extraño y que me extraña, tierra que nada militar podrá enturbiarme o enturbiarâ€.
Y asà fue. A Juan le acaban de dar un ramo de flores. Hemos aplaudido los que lo conocemos y los que lo leen.
Juan, poeta y luchador por la sonrisa de los niños. Juan Gelman.
Marcelo, la postura que guardo sobre eventos de premiaciones como estas; no influyen sobre mi gran admiración y respeto por un hombre como Juan Gelman.
De alguna manera también tengo en mucho que agradecerte por este sitio, los que vivimos en una ciudad como Tijuana con apenas cinco librerÃas en todo el estado, no tenemos manera de acercarnos a la obra de escritores que admiramos; porque la poesÃa contemporánea no se vende por acá o se vende a precios que no están a nuestro alcance. Gracias Marcelo por tu oficio de repartidor de esperanzas y gracias a Juan por haber resistido con sus balas de palabras. Mas allá del poeta descubro al hombre, al hombre que me dice que no todo esta perdido en un mundo cada vez mas inhumano y grotesco.
Sinceramente: Marcel Piasso